Tuesday, August 01, 2006

Patetismo
Y pasan unos años, y te sabes todavía joven, pero las canas comienzan a aclarar tu pelo, y las líneas surcan tu cara con más fuerza. De repente los amigos son sólo un grupo pequeño y eres menos tolerante. Te cuesta trabajo levantarte al otro día de una borrachera y te preguntas cómo le hacías para beber ron con limón, fumar una cajetilla de cigarrillos y oler un saco de coca hasta las 5 de la mañana dos y tres veces por semana. Eres tentativo en el amor porque te cansa el sexo casual y borracho, pero en el fondo no deseas más que estar solo. Nada excepto tu cuerpo delata los años que has vivido, en todo caso más de los cronológicos 25 que marca el calendario; la suma de todas tus experiencias no da por resultado madurez o seriedad o sabiduría.

No eres más que un montón de recuerdos y estupideces y alegrías amontonándose a la orilla de algo incierto.

Sunday, June 18, 2006

Penélope

Zarpar hacia ti. Levar las anclas, quemar las velas, perderme en los marullos de tu pelo tan negro como el vino. Nunca volver a pisar esta isla poca que soy yo.

Desteje tus vestidos, guíame por este laberinto de aguas.

Y llegaré hasta ti.

Friday, April 14, 2006

Firmamento

Te miro desnuda. Miro tu espalda y con cariño cuento las pecas del firmamento de tu piel. Pequeñas marcas de contraluz agrupadas alrededor de tu columna vertebral, vía láctea para que mis dedos tracen nuevas constelaciones. Me pregunto si seré riguroso como el físico, si descubriré en ti detrito y gases y el infinito. Quizás sea astrólogo, y en tu cuerpo podré leer el futuro del hombre. O el tuyo y el mío, que es lo mismo.

¿Cómo aprendo tu piel? Anda. Enséñame.

Monday, March 13, 2006
















LORCA

Sus cabellos caen como colinas
Espiradas. Sus ojos, luminiscentes
Como la luna, se elevan
Esperanzadamente
Al encuentro con el realizador.

Espectador humoriento
Es el cigarrillo encandilado.

Guillotinada la esperanza por el filoso
Acero, acelerado a secas a través de la luna,
Tuya es la mano verduga que rápidamente,
Eternamente, interrumpe la mirada.

El cigarrillo encandilado
Es espectador humoriento.

Corre, corre perro,
Corre con respiración jonda y
Entrecortada.
Corre hacia la residencia,
Corre hacia Dalí y corre hacia ti;
La carne andaluza encendida, encandilada.

Monday, January 30, 2006

Historia de amor

Ayer te vi, Valeria. Diecisiete años después del amor y el deseo.
Qué cruel es el tiempo.
Rememoraciones, Edmundo Paz Soldán

I. Primero...

Ella tenía pelo que caía en espirales, coyunturas largas y huesudas como las de Ichabod Crane, ojos lánguidos como los de un criminal cansado de la fuga. Yo la miraba, la miraba y deliraba. Preguntaba si al besarla sus labios se acoplarían perfectamente a los míos, si al entrelazar los dedos quedarían soldadas las palmas de nuestras manos. La miraba, la miraba e investigaba la punta de su hombro, el largo de su brazo, la curva de sus caderas, el lóbulo de su oreja. Exploraba, exploraba y buscaba el olor de su piel. Le hablaba, le hablaba y le preguntaba para conocerla mejor, para seguir conociéndola, para no dejarla de conocer. Para saber sus secretos. Conocerla, conocerla y saber todos sus secretos por cuentagotas, de poquito a poquito, para que nunca se acabaran, para que nunca se acaben.

II. Entonces...

Te veo, veo cómo te mueves, la gracia con la que cada músculo se contrae y se relaja según paseas tu cuerpo preciso. Me acerco. Te hablo. Mis palabras sirven de fiel carnada. Te dejas cazar. Aceptas una cerveza, una cena, un beso. Dejas que te cocine con saliva y sudor. Permites que coma tu carne. Que mis colmillos rasguen tu piel. Que mis labios sorban el sabor de tu pecho. Aceptas envolverme en ti. Fluyes sobre mí, me sobrecoges. La oscuridad y la humedad nunca fueron tan cálidas. Abrazas mi carne. Yo abraso la tuya: hago libaciones por la presa perfecta.

III. Y pues...

Aquella vez, la última, el verde de tus ojos había cedido unos cuantos rayitos ante el amarillo de las hojas de Central Park. Tu boca, sin embargo, seguía siendo aquella que se había confundido con la mía, el sabor acre de tus labios el mismo de antes y todavía tu cuerpo era igual al que en tantas ocasiones yo había escudriñado con la urgencia y morosidad de un cabalista ante un texto sagrado. Pero no era a ti a quien estrechaban mis brazos. Galatea volvía a ser estatua, fría, distante, otra. Como el agua salitrada que va gastando los macizos muros de El Morro, el tiempo fue desnudándonos de la máscara que portábamos el uno para el otro. Tan sólo quedó la piedra agrietada que se escondía debajo.